¡Las mentiras destruyeron mi matrimonio! Como muchas mujeres, Victoria cree que ella podría haber perdonado una mentira inocente o aun una aventura amorosa. Para cuando descubrió el largo comportamiento engañoso que su esposo había utilizado para que ella no supiera la verdad sobre su estilo de vida, el daño ya estaba hecho.

Si usted ha sido engañado por alguien en quien confiaba, sabe bien que las mentiras pueden socavar la credibilidad, puede desintegrar relaciones y corroer la confianza. Las mentiras nos quitan la inocencia, nos humillan y nos deshonran. Nos preguntamos si la persona que nos mintió alguna vez nos ha dicho la verdad.

De modo que, ¿por qué decimos mentiras y por qué las creemos? ¿Es posible tener más discernimiento para saber en quién confiar y cuánto confiar, sin sospechar demasiado de la gente?

Todos mienten, ¿o no?
«El aspecto central de la mentira es que queremos ser como Dios, con el simple habla creó el universo», dice un estudioso. «De manera que al hablar creamos el mundo que queremos ver».

Los estudios muestran que algunas personas mienten tan a menudo como comen, tres o cuatro mentirillas por día. Sea que las llamemos mentiras piadosas, declaraciones falsas, reservas mentales o evasivas, exageraciones o hipérboles, cuando lo que decimos no es la verdad, es una mentira. La palabra griega para hablar de verdad es aletheia, que significa no escondido. Mentir es esconder la verdad. Mentimos porque sinceramente creemos que es lo mejor que podemos hacer para nuestro beneficio en ese momento.

Las mentiras son parte de la vida. Satanás, el padre de mentiras (Juan 8:44) en el Edén plantó las semillas del engaño. Diciendo una mentira escondida en una verdad, confundió a Eva sobre la única restricción que había puesto Dios para la vida en el Edén (Génesis 3:2-5). Seducida por el deseo de ser tan sabia como Dios, Eva actuó de acuerdo a lo que sabía no era cierto.

Abraham le dijo una media verdad al rey Abimelec, afirmando que Sara, su esposa, era en realidad su hermana (Génesis 20:2). David ocultó su aventura amorosa con Betsabé y mató al esposo de la mujer (2 Samuel 11). Pedro negó que conocía a Jesús (Juan 18:25-26). Ananías mintió sobre la cantidad de dinero que había recibido por la venta de su propiedad (Hechos 5:1-11).

Vivimos en un mundo de engaños. Las mentiras tienen influencia en la historia y persuaden a la gente. Algunos son campeones en cuanto a decirnos lo que queremos oír y lo que ellos quieren que creamos.

Por ejemplo, en 1906 el Dr. Frederick A. Cook se hizo famoso al escalar el Monte McKinley, el pico más alto en América del Norte y tomar una fotografía en la cima. El descubrimiento de una fotografía original y sin recortes entre las pertenencias de Cook, muestra que Cook en realidad estaba en una falsa cumbre 5000 metros más abajo. Eso prueba definitivamente, por medio de la cámara de Cook, que él estaba mintiendo.

La mentira está cobrando aceptación como una filosofía de vida. De acuerdo a Michael Josephson, presidente del Josephson Institute of Ethics, estamos mintiendo más. Él explica que la falta de sinceridad es un agujero cada vez más grande en nuestro ozono moral. Esta filosofía de vida la están recibiendo nuestros hijos. Como resultado, ellos también mienten más.

Un estudio reciente muestra que el numero de estudiantes de la secundaria que mienten a sus padres aumentó a 92% en 1998, de haber sido 85% en 1986. Josephson advierte que aún no hemos sentido el impacto de lo que estudio enseña. Pronto esta generación pasará a ocupar cargos de liderazgo, empezará la actividad laboral, entrará al mundo político y al sistema educacional, y se convertirán en madres y padres.

Van a ser policías, auditores bancarios, legisladores y mecánicos, dice. Si llevan al lugar de trabajo las mismas actitudes que se revelaron en el estudio, imagínense el estrago.

Por qué mentimos
La mentira es uno de los pecados que parece más serio cuando es otro el que miente. A nadie le agrada admitir que mintió. Sea que nos abstengamos de decir la verdad o que digamos una media verdad, a veces mentimos. Nuestras razones incluyen lo siguiente:

- Mentimos para preservar nuestro sentido de dignidad. Queremos parecer mejores de lo que somos porque queremos agradar a los demás. Exageramos las circunstancias para inflar nuestros egos o para esconder nuestra vergüenza, temor y desilusiones. Tal vez sea demasiado vergonzoso o doloroso confrontar la verdad sobre otros o sobre nosotros mismos.

- Mentimos para evitar que nos descubran. Al decir medias verdades intentamos que nuestro cónyuge o nuestros padres no descubran una vida secreta, una aventura amorosa, gastos excesivos o drogadicción.

- Mentimos para obtener un beneficio financiero. Millares de personas pierden dinero como consecuencia de fraudes. Se manipulan las matemáticas al hacer el cálculo de impuestos a las ganancias. Compañías de seguros reciben falsas denuncias de siniestros. Se aumentan las ventas posicionando productos de la manera más favorable posible, a menudo prometiendo más de lo que pueden ofrecer. Los comercios exclusivos nos persuaden diciendo que tal o cual compra es exactamente lo que necesitamos. Las empresas de cigarrillos soplan humo en nuestros ojos, creando la ilusión de que esos héroes tan buen mozos que visten jeans ajustados y un sombrero chic son lo mejor, y que los cigarrillos no producen adicción.

Un alto ejecutivo de una compañía electrónica en California, en forma regular recibe cartas fraudulentas por correo. «Nigerianos que se presentan como contratistas independientes nos piden papel con membrete y un cheque en blanco pues quieren usar la cuenta bancaria de nuestra firma para encauzar dinero, dice. Le hablan a nuestra codicia porque alegan que nos hará ganar mucho dinero. Además, uno quiere ayudar porque ellos alegan que su gobierno no permitirá que salgan los fondos a menos que una compañía de los Estados Unidos actúe como intermediaria».

Por qué creemos las mentiras
Si estuviéramos dentro de un campamento de prisioneros enemigo, sabríamos que la mayoría de lo que oímos o vimos en el mejor de los casos era propaganda, y en el peor de los casos era una mentira. Pero en un mundo de engaño, donde la gente da vuelta palabras para su propia ventaja, rara vez cuestionamos la veracidad o investigamos fuentes de información. Cuando estamos delante de alguien que conocemos, y de quien sospechamos está mintiendo, a menudo nos quedamos sin habla. ¿Por qué?

La credulidad extrema y la vulnerabilidad personal asustan. No podemos creer que seamos capaces de ser inducidos a creer algo que no es cierto o que confiamos en una persona que no merecía nuestra confianza. No queremos admitir que nos pueden manipular.

Nos resulta vergonzoso y doloroso confrontar nuestro potencial para la exageración y/o la maldad. La verdad revela nuestros propios secretos: mentiras que hemos dicho, las cosas que hemos hecho y las personas a quienes hemos herido. Para contemplar nuestro lado oscuro necesitamos una sinceridad despiadada, y más aún para admitirlo. La verdad que libera también lastima.

Negar lo que ocurre parece más fácil. Nos agrada la otra persona y queremos creer lo que está diciendo. Queremos volver a nuestro trabajo, a nuestra familia, a nuestra vida. Nos tapamos con la frazada de la negación, y nos auto convencemos de que la persona mentirosa está haciendo lo suyo para solucionar su problema y que nosotros estamos obedeciendo el mandato bíblico al amar y confiar una vez más.

Nos han enseñado a confiar. Enseñamos a nuestros hijos que es importante confiar. La confianza es el mejor regalo que un cónyuge le puede hacer al otro. En realidad, la confianza es algo crítico en toda relación, sea entre amigos, empleado / empleador, el presidente de un país y su pueblo, padre / hijo, marido / mujer. Cuando alguien no dice la verdad y lo descubrimos, la relación se desintegra.

Las mentiras corroen la confianza
Los mentirosos cuentan con nuestra confianza. En primer lugar, triunfan al seducir nuestra confianza y luego al violar esa confianza. Después, asumen control penetrando en nuestra realidad y nos imponen la realidad de ellos. Nos dicen que lo que vemos, creemos, oímos y sentimos es falso. Y porque queremos creer, dejamos en suspenso nuestra incredulidad y creemos, una vez más.

Las mentiras nos apartan de nuestra búsqueda de la verdad y desintegran nuestra integridad. El engaño es como una violación física pero invisible. En vez de ser un ataque físico, las mentiras atacan la mente y hacen impacto en el espíritu. En vez de perder la virginidad, uno pierde la inocencia. Uno ya nunca vuelve a ver al mentiroso como solía verlo. Si el mentiroso es alguien ante quien hemos desnudado nuestro cuerpo o nuestra alma, por ejemplo una relación marital, el dolor nos llega a inmovilizar. Uno comienza a dudar de uno mismo y comienza a cuestionarse en cuanto a los conceptos aprendidos sobre amar y confiar.

Volviendo a confiar
«Una mentira exitosa es una mentira doble; un error que debe corregirse es una carga más pesada que la verdad» dijo Dag Hammarskjold, ex secretario general de las Naciones Unidas. La sanidad de heridas mentales y espirituales no sucede de la noche a la mañana. Volver a tener confianza es algo que cuesta. El mentiroso debe asumir responsabilidad y debe darse cuenta de que tiene ganarse la confianza. Y nosotros debemos hacer lo que muchos mentirosos no pueden hacer:

- Volver a la totalidad del ser a la luz de la verdad. Admitamos nuestro pecado. Si hemos sido deshonestos, disculparnos no es suficiente. Debemos dar la vuelta y caminar en dirección opuesta (Proverbios 4:24-27). Luego, hay que aceptar la gracia de Dios y lo que el dice sobre nosotros (Salmos 139). Perdonar a otros no significa justificar su comportamiento. Significa que renunciamos a nuestro derecho a vengarnos. Dios siempre nos llama —a nosotros y a quien nos lastimó— a que volvamos a Él (Jeremías 3:22).

- Restaurar nuestra propia integridad. Dejemos de recriminarnos porque confiamos en un mentiroso. La honestidad, el amor y la confianza son los mejores regalos que le podemos dar a otra persona. Estas cualidades del carácter nos hacen lo que somos en nuestro interior. Son cualidades que siguen el modelo de lo que le agrada a Dios (Colosenses 3:1-7). A medida que vivimos de acuerdo a los principios que sabemos que son verdad, recordemos: en territorio donde hay lobos, las palomas inocentes necesitan la astucia de serpientes (Mateo 10:16).

- Aprender de experiencias pasadas con el engaño. No todas las historias que escuchamos suenan como historias ciertas. No todas las personas leen el mismo libro de reglas y principios ni siguen la guía de nuestros principios éticos, morales y espirituales.

- Observemos los pasos de la gente, hacia donde se dirigen y no sólo lo que dicen. Notemos el mensaje detrás de las palabras. Seamos conscientes de las respuestas típicas de la gente cuando se la confronta con mentiras que han dicho. Pidamos al Espíritu Santo que nos guíe a toda verdad (Juan 14:15 17).

No podemos escapar de la realidad de que vivimos en un mundo de engaño. No podemos hacer que otros dejen de mentir. Pero si podemos convertirnos en personas que buscan la verdad y tienen discernimiento en cuanto en quién confiar y cuánto confiar. Podemos comenzar reconociendo cómo algunos distorsionan nuestra realidad y nos apartan de nuestra búsqueda de la verdad. Más importante aún, podemos comenzar nosotros mismos a hablar la verdad.

DIFERENTES TIPOS DE MENTIRAS
Las mentiras vienen en muchas formas, desde las falsedades intencionales hasta las mentiras piadosas que muchos sienten causan muy poco daño. Las mentiras pueden ser:

Mentiras piadosas
Admitámoslo. Cuando suena el teléfono en casa o en el trabajo, quien no ha susurrado: «Diles que no estoy». Le escribimos a la tía Sara diciendo que nos gustó mucho el regalo de cumpleaños porque no queremos herir sus sentimientos, pero luego devolvemos el regalo al negocio donde lo compró. Disfrazamos nuestros sentimientos diciendo: «Estoy bien», cuando en realidad nos sentimos muy mal. Cuando minimizamos nuestro peso o exageramos la asistencia en la iglesia, estamos haciendo que la línea entre la verdad y una mentira sea muy borrosa. Decimos que estas mentiras son inocuas y las llamamos mentiras piadosas.

Mentiras más serias
El peligro de mentir es que cuanto más un mentiroso se sale con la suya, tanto más y mejor miente. Cuando distrae nuestra atención de la cuestión principal y dice: «Estás haciendo de una pulga un elefante. Olvidémonos de lo que paso», en realidad aprende a dejar de lado su propia responsabilidad. Nos hemos apartado de la cuestión central y nos preguntamos si somos nosotros los que tenemos problemas. El mentiroso ha evadido la cuestión. La mentira inocua crece y se convierte en otra mentira más nociva. Con el tiempo, mentir se vuelve un estilo de vida.

Mentiras patológicas
Los mentirosos habituales y compulsivos disfrutan la idea de que otros se unan a su juego. Ensimismados en la idea de ganar a cualquier precio, se vuelven adictos a su propio engaño. Estos mentirosos son encantadores y convincentes y usan toda su habilidad para agradar a los demás y para que los demás confíen en ellos. Pero que alguien nos agrade no equivale a que confiemos en esa persona y no podemos pasar por alto el hecho de que los mentirosos son confabuladores y no sienten remordimientos por lo que han hecho, ni se conduelen porque nos han herido. Los expertos dicen que estos mentirosos son los de la peor mentira: mentirse a sí mismos y distorsionar su propia realidad. Algunos mentirosos patológicos confiesan: «Las peores mentiras son las que me digo a mí mismo».


Karina West
Escritora y conferencista
LuisPalau.Net