La Palabra de Dios nos señala que David fue un hombre conforme al corazón de Dios (1 Samuel 13:14). Un hombre que de acuerdo a lo que el Señor mismo dice: “guardó mis mandamientos y anduvo en pos de mí con todo su corazón, haciendo solamente lo recto delante de mis ojos”. (1ra Reyes 14:8).

Sin embargo este mismo hombre se aprovechó de la mujer de uno de sus mejores súbditos, mintió, engañó y finalmente planeó y llevó a cabo el asesinato de ese fiel servidor suyo llamado Urias Heteo.

La historia que la Biblia nos relata en 2da. Samuel capítulo 11 pone en clara evidencia a que nivel de bajeza moral y espiritual puede llegar el ser humano cuando se suelta de la mano del Señor.

La historia es aún más aleccionadora y la advertencia espiritual que surge de ella es todavía más profunda porque todo esto le sucedió a David a quien la Biblia nos presenta –según acabamos de leer- como a un gran hombre de Dios.

Conmueve pensar que fue durante un periodo de prosperidad en la política exterior del reino y de aparente fervor religioso en el cual David cometió un pecado estremecedor tanto por su atrocidad como por las consecuencias en toda la historia subsiguiente de Israel.


Notas de la caída.
Veamos algunas notas en la caída de David:

1. Ocio: David se había quedado en el palacio mientras el pueblo estaba librando batallas. Allí en un ambiente de comodidad y de ocio estuvo más expuesto a la tentación.

Los cristianos, los siervos de Dios entramos en un terreno de mayor peligro cuando dejamos de ocuparnos de aquellas tareas que Dios nos ha encomendado.

2. Sensualidad: La Palabra nos dice que David al caer la tarde se levantó de su cama y se puso a recorrer con su mirada desde la terraza, en una actitud ociosa y sin un propósito específico, el panorama que rodeaba el palacio real.

Unos ojos (o cualquiera de nuestros sentidos) sin control constituyen un gran peligro espiritual.

Si son nuestros sentidos los que nos gobiernan y no el Espíritu Santo la caída es inminente.

Cabe preguntarnos cómo siervos del Señor: ¿Qué estamos mirando? ¿Estamos permitiendo que nuestros sentidos sean estimulados de maneras que no edifican nuestra vida espiritual?

Esta pregunta es especialmente adecuada en estos tiempos dónde –por ejemplo- la pornografía y la violencia son algo corriente en Internet, en televisión, etc.

Debemos ser controlados y guiados por el Espíritu Santo para que no sean nuestros deseos los que nos arrastren al pecado.

3. Dureza de corazón: Cuando la situación comienza a encerrar a David (ha cometido inmoralidad sexual y la mujer con quien lo ha hecho ha quedado embarazada siendo que su marido había estado ausente por largo tiempo), David en lugar de confesar su pecado se endurece más y más.

La Biblia dice: ¿Quién se endureció contra Él y le fue bien? (Job 9:48)

Así David trata de engañar, de forzar la voluntad de Urias Heteo hasta llegar al punto en que al ver que todos sus planes fallan, trama el asesinato de un hombre inocente.

Podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que este gran hombre de Dios haya caído de esa manera? Es que el pecado nubla la visión de Dios.

La Biblia dice: “Bienaventurados los de limpio corazón pues ellos verán a Dios” (Mateo 5:8), “Seguid la Paz con todos y la santidad sin la cual ninguno verá al Señor” (Hebreos 12:4).

Ese “ver al Señor” se refiere no sólo a la esperanza de la vida eterna sino a la revelación diaria de la persona y los propósitos del Señor.

El pecado no confesado nubla irremediablemente la visión de Dios y no nos permite escuchar su voz.

La necesidad de la confesión.
Es por eso que debemos confesar cuanto antes el pecado. La confesión sincera y específica es vital para la salud espiritual.

Los caminos errados en este aspecto consisten en procurar ocultar o disimular el pecado, en culpar a otras personas tratando de transferir la culpa o en buscar justificaciones a pesar de que internamente el Espíritu Santo nos está señalando nuestras faltas para que confesemos de una vez y seamos libres.

Muchos de estos escapismos tienen hoy día la forma de complejas explicaciones psicológicas que sin embargo no tienen la capacidad de librarnos de la culpa y la carga del pecado.

Tanto se endureció David que su conciencia se fue acallando. Externamente parecía que el tiempo pasaba y que finalmente “superaría” el problema, hasta el punto que es altamente probable que haya seguido con sus actividades “religiosas”.

Muchas veces nos enteramos acerca de siervos de Dios que han caído en pecados graves, pecados que se mantuvieron ocultos por mucho tiempo mientras ellos llevaban a cabo su “ministerio” sin aparentes problemas.

¿Pero que estaba sucediendo en su interior? El mismo David nos lo detalla:

"Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi gemir durante todo el día.
Porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano". (Selah)

Salmo 32: 3 y 4 (Biblia de las Américas).

Al no confesar su pecado David se debilitó físicamente hasta enfermarse. En su alma se sentía sin alegría alguna, sin ningún testimonio ni poder. Al estar lejos de Dios a causa de su pecado, se sentía muerto interiormente.

Spurgeon dice al respecto: “¡Que clase de muerte es el pecado… ¡un fuego en los huesos! En tanto que intentamos cubrir nuestro pecado ruge por dentro … y es causa de gran dolor”.

Esa situación se extendió agobiando a David, empeorando y profundizándose hasta que tomó la decisión de confesar su pecado. Igual que el hijo pródigo resolvió volver a su padre y confesar su transgresión David se presentó al Señor diciendo:

"Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones.Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos".

Salmo 51: 1 – 4a (Biblia de las Américas).

La promesa del Señor es que si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1ra Juan 1:9).

Dios promete perdonar siempre y cuando confesemos sincera y abiertamente el pecado sin procurar encubrirlo o justificar nuestra situación. No debemos ocultar nada intencionalmente.

La confesión debe ser –repetimos- sincera: una confesión mecánica sin que nuestro corazón esté puesto en la acción de confesar no tiene ningún valor espiritual.

Además la confesión debe ser específica o sea debemos decirle clara y detalladamente a Dios lo que hemos hecho.

Aunque el Señor conoce todas y cada una de nuestras acciones, el exponer claramente nuestra maldad ante Él trata nuestro corazón y nos confronta con el peligro de estar jugueteando con el pecado.


La confesión de David siguió estos lineamientos:

Dice el Salmo 32: 5: Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones al SEÑOR; y tú perdonaste la culpa de mi pecado.
(BLA).

Asimismo dice la Palabra de Dios en Proverbios 28:13: "El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia".

Una vez que hemos confesado el pecado éste queda perdonado y de ese modo el cristiano queda restaurado.

En muchas oportunidades el pecado cometido ha ocasionado males y consecuencias de diverso tipo (y la historia del pecado del Rey David es muy aleccionadora al respecto).
Dios nos libra del castigo del pecado pero debemos enfrentar inevitablemente sus consecuencias.

Si esas consecuencias incluyen el haber dañado a otras personas, el cristiano arrepentido y restaurado por el Señor debe procurar reparar ese daño en toda forma que esté a su alcance: por ejemplo devolviendo algo que había retenido indebidamente o aún robado o pidiendo perdón cuando hemos pecado de palabra o por acciones contra alguien, etc.

Una vez que hemos confesado y hecho reparación y estamos en paz con Dios y con los hombres debemos creer firmemente en la restauración que Dios efectúa, no dejando que viejos pecados que el Señor ha borrado vuelvan a angustiarnos y hacernos sentir culpables.

¡Disfrutemos el incomparable gozo y la felicidad de la comunión con Dios!.
La confesión sincera tiene un poder libertador y restaurador inigualable en vida del cristiano.

El rey David lo expresa diciendo: "¡Qué felicidad la de aquellos cuya culpa ha sido perdonada! ¡Qué gozo hay cuando los pecados son borrados! ¡Qué alivio tienen los que han confesado sus pecados…!" (Salmo 32: 1 y 2 - Biblia al Día).


Daniel Zuccherino

Asociación Evangelistica Luis Palau